Doctora en Biología Molecular por la Universidad Central de Venezuela.
Graduada en Biotecnología por la Universidad de Extremadura, BIOTECH MEDICAL SIMULATION S.L., info@biotme.com.
Entre todos los órganos del cuerpo humano, el hígado está considerado como uno de los órganos más vitales y multifuncionales. Desempeña papeles centrales en el metabolismo, tales como la detoxificación, la producción de proteínas esenciales, y la regulación de diversas funciones fisiológicas.
Pero también, debido a su complejidad y a esa centralidad en la homeostasis corporal, el hígado es susceptible a una amplia gama de patologías, las cuales pueden afectar gravemente la salud del individuo.
El hígado es el órgano más grande entre todas las glándulas, y uno de los órganos más grandes en general.
El hígado se encuentra en el cuadrante superior derecho del abdomen, protegido por las costillas y situado justo debajo del diafragma. Su ubicación es estratégica, permitiendo una accesibilidad fácil, tanto para la vascularización como para la función metabólica. Está dividido en dos lóbulos principales: el lóbulo derecho, que es significativamente más grande, y el lóbulo izquierdo, más pequeño.
Además de estos dos lóbulos principales, el hígado presenta otros dos lóbulos menores: el lóbulo cuadrado y el lóbulo caudado. Estos lóbulos están separados por el ligamento falciforme, que ancla el hígado a la pared anterior del abdomen y al diafragma.
El hígado tiene una doble irrigación sanguínea única: recibe sangre oxigenada de la arteria hepática, y sangre rica en nutrientes del sistema venoso portal.
El hígado es un órgano multifuncional crucial para la homeostasis del cuerpo humano, y realiza funciones críticas como la síntesis de proteínas plasmáticas (como la albúmina y ciertos factores de coagulación), la producción de bilis necesaria para la digestión de grasas, el almacenamiento de glucógeno, la desintoxicación de sustancias nocivas, y la regulación de los niveles de aminoácidos en sangre.
Su anatomía compleja y su amplia gama de funciones fisiológicas destacan la importancia de este órgano en el metabolismo, la detoxificación, la producción de proteínas, y la regulación del volumen sanguíneo y la coagulación.
La hepatitis es la inflamación del hígado, y puede ser causada por infecciones virales, por consumo excesivo de alcohol, toxinas, medicamentos, o enfermedades autoinmunes.
Las hepatitis virales más comunes son causadas por los virus de hepatitis A, B, C, D y E. Cada uno de estos virus tiene diferentes modos de transmisión, cursos clínicos y opciones de tratamiento.
Hepatitis A: transmitida principalmente a través de agua o alimentos contaminados. No tiene tratamiento, suele ser autolimitada y usualmente aguda.
Hepatitis B: transmitida por contacto con fluidos corporales infectados. Puede ser aguda o crónica, y la infección crónica puede llevar a cirrosis o cáncer hepático.
Hepatitis C: transmitida por vía parenteral. Tiene una alta tasa de cronicidad y es una de las principales causas de cirrosis y carcinoma hepatocelular.
Hepatitis D: solo infecta a personas ya infectadas con hepatitis B, lo que agrava el pronóstico.
Hepatitis E: transmitida por vía fecal-oral, similar a la hepatitis A, pero puede ser grave en mujeres embarazadas.
El consumo excesivo de alcohol puede causar una serie de daños hepáticos que van desde la esteatosis hepática (hígado graso) hasta la hepatitis alcohólica y, eventualmente, la cirrosis hepática.
La hepatitis alcohólica es una condición grave que se caracteriza por la inflamación y necrosis de las células hepáticas.
Esta forma de hepatitis ocurre cuando el sistema inmunológico del cuerpo ataca al hígado, causando inflamación crónica. Puede llevar a fibrosis y a cirrosis si no se trata adecuadamente.
La Esteatosis hepática no alcohólica (NAFLD, NonAlcoholic Fatty Liver Disease), también conocida como enfermedad no alcohólica de hígado graso, es una acumulación de grasa en el hígado que no está relacionada con el consumo de alcohol.
La enfermedad hepática grasa no alcohólica está aumentando en prevalencia, especialmente en los países occidentales y de Oriente Medio, a medida que crece la incidencia de obesidad. Esta condición es la enfermedad hepática más común a nivel mundial, y se asocia frecuentemente con la obesidad, la diabetes tipo 2 y el síndrome metabólico. La NAFLD puede progresar a esteatohepatitis no alcohólica (NASH), que se caracteriza por inflamación y daño hepático, y eventualmente a cirrosis y cáncer hepático.
La cirrosis es una condición crónica que implica la cicatrización progresiva del tejido hepático, provocando la pérdida progresiva de las funciones del hígado. Este daño puede ser el resultado de diversas causas, incluyendo hepatitis crónica, consumo excesivo de alcohol, y enfermedades hepáticas autoinmunes.
La cirrosis afecta gravemente la función hepática y puede llevar a complicaciones graves como hipertensión portal, encefalopatía hepática, y carcinoma hepatocelular.
El carcinoma hepatocelular (CHC) es el tipo más común de cáncer de hígado y representa un desafío significativo en el campo de la oncología hepática. Esta enfermedad afecta mayormente a personas con enfermedades hepáticas crónicas, como la cirrosis hepática, que puede ser causada por infecciones crónicas de hepatitis B o C, consumo excesivo de alcohol, o enfermedad no alcohólica de hígado graso.
El CHC se desarrolla a partir de los hepatocitos, las principales células del hígado, y su progresión puede ser silenciosa en las etapas iniciales, lo que dificulta el diagnóstico temprano. Los síntomas suelen aparecer cuando el cáncer está en una etapa avanzada e incluyen pérdida de peso, dolor abdominal, ictericia, y un aumento en el tamaño del hígado.
El diagnóstico del carcinoma hepatocelular se realiza mediante una combinación de estudios de imagen, como la ecografía, la tomografía computarizada (TC) y la resonancia magnética (RM), junto con la confirmación histológica obtenida a través de una biopsia hepática. Además, se miden marcadores tumorales como la alfa-fetoproteína (AFP) para ayudar en el diagnóstico y el seguimiento de la enfermedad.
La prevención del CHC se enfoca en el control de las enfermedades hepáticas subyacentes. Las vacunas contra la hepatitis B, el tratamiento antiviral para la hepatitis C, la reducción del consumo de alcohol, y el manejo adecuado de la enfermedad del hígado graso no alcohólico son medidas cruciales para reducir el riesgo de desarrollo de CHC.
Existen diversos fármacos que pueden causar daño hepático. Esto incluye medicamentos de uso común como algunos antibióticos, antiinflamatorios no esteroideos (AINEs), y algunos antidepresivos.
El daño hepático inducido por medicamentos puede variar desde una elevación asintomática de las enzimas hepáticas hasta una insuficiencia hepática fulminante.
Existen varias enfermedades hepáticas hereditarias, entre las cuales destacan:
– Hemocromatosis: es un trastorno en el cual el cuerpo absorbe demasiado hierro de los alimentos, llevando a su acumulación en varios órganos, incluido el hígado.
– Enfermedad de Wilson: es un trastorno hereditario que causa la acumulación de cobre en el hígado y otros tejidos.
– Déficit de alfa-1 antitripsina: es una enfermedad genética que puede causar enfermedad hepática y pulmonar debido a la acumulación de una proteína defectuosa en el hígado.
El diagnóstico de las enfermedades hepáticas se basa en una combinación de historia clínica, examen físico, pruebas de laboratorio, y estudios de imagen. En algunos casos, puede ser necesaria una biopsia hepática para obtener un diagnóstico definitivo.
La historia clínica detallada es fundamental, incluyendo antecedentes de consumo de alcohol, uso de medicamentos, exposición a toxinas, y factores de riesgo para hepatitis viral. El examen físico puede revelar signos como ictericia, hepatomegalia, ascitis, y arañas vasculares.
Las pruebas de laboratorio incluyen:
Los estudios de imagen son cruciales para evaluar la anatomía y el estado del hígado:
La biopsia hepática sigue siendo el estándar de oro para el diagnóstico de muchas enfermedades hepáticas, aunque su uso ha disminuido con la mejora de las técnicas de imagen no invasivas. Se realiza para evaluar la inflamación, fibrosis y otras alteraciones histológicas del hígado.
El tratamiento de las enfermedades hepáticas varía considerablemente dependiendo de la patología específica, la gravedad de la enfermedad y las condiciones subyacentes del paciente.
El manejo de la cirrosis incluye el tratamiento de la causa subyacente (por ejemplo, antivirales para la hepatitis, abstinencia de alcohol), el manejo de las complicaciones (como la hipertensión portal, ascitis, y encefalopatía hepática), y la consideración del trasplante hepático en casos avanzados.
El tratamiento del CHC depende de la etapa del cáncer y puede incluir cirugía, ablación, quimioembolización transarterial (TACE), radioterapia y terapias.
La clave es la identificación y discontinuación del fármaco causante. El tratamiento es principalmente de soporte y manejo sintomático.
El tratamiento varía según la enfermedad:
Las patologías hepáticas abarcan un amplio espectro de condiciones que pueden tener un impacto significativo en la salud y calidad de vida de los pacientes. La comprensión de estas enfermedades, sus causas, manifestaciones clínicas y opciones terapéuticas es fundamental para los profesionales de la salud.
La prevención, el diagnóstico temprano y el manejo adecuado pueden mejorar considerablemente los resultados para los pacientes con enfermedades hepáticas.
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